LA ENSEÑANZA QUE DEJA HUELLA NO ES LA QUE SE HACE DE CABEZA A CABEZA, SINO DE CORAZÓN A CORAZÓN.

Howard G. Hendricks.

sábado, 15 de abril de 2017

¿Cómo puedo dejar de gritar a mis hijas?


La casa está libre de gritos y cada día más llena de paciencia. Y no, no es más fácil porque las niñas crezcan, porque igual necesitan atención, distracción y me dejan agotada. Y se pelean, y desordenan. Y siguen siendo niñas. Pero la fuerza de la costumbre ayuda. A raíz de esos posts, he recibido comentarios de mamás que persiguen ese mismo objetivo. Por eso me he decidido a compartir algunas ideas que nos ayudan cuando uno se decide a emprender este camino que es difícil pero da muy buenos frutos.

Un buen primer paso para eliminar los gritos del hogar sería analizar en qué momento nos ponemos más irascibles, qué cosas nos hacen perder la paciencia, qué situaciones nos llevan a gritar. Apuntarlas nos puede ayudar a saber si siempre es a la misma hora del día, o si hay una cierta situación que nos pone de más mal humor (a mí me pasaba si intentaba leer un post o peor aun escribirlo en el horario de las tardes cuando estoy con las niñas. Había múltiples interrupciones, yo no estaba ni en una cosa ni en la otra, y mi medidor de paciencia se agotaba a ritmo veloz) La vida que vivimos hoy en día está llena de carreras de un lado a otro, de estrés, de responsabilidades y si tienes hijos, seguramente de una buena falta de sueño y de una dosis de cansancio. A veces es nuestro cuerpo el que no da más, y no tiene nada que ver con los niños.

Pero los niños no merecen esa educación, no merecen los gritos. No entienden por qué gritamos, no saben que estamos cansados o estresados si no se le contamos. Gritar a los niños no les enseña a ser obedientes, les infunde miedo y crecen con menos autoestima y más tristeza.

¿Cómo dejar de gritar y acumular paciencia?

No tengo una fórmula mágica, y estoy convencida que a cada persona hay una fórmula que le sirve mejor que las demás. Pero, de todo lo que he probado, estas serían las ideas que yo daría. Que digo yo, por probar….

La primera idea, es relajarse. Relajarse de todo lo que va acumulando a o largo del día, antes de entrar en casa. De la presión del trabajo, de las tareas del hogar, del tráfico, de lo que sea que nos haya pasado antes de llegar a casa. Hay muchas maneras de relajarse, y también podemos tener distintas maneras según la tensión acumulada.



Practicar meditación o yoga de forma regular, te puede ayudar a mantener los niveles de estrés más bajos y sentirte más relajada y con más aguante para situaciones que puedan estresarte. Pero en el día a día, en un momento cualquiera, en un mal día ¿qué podemos hacer?

Una de las maneras de relajarse cada día, justo antes de entrar en casa, son los suspiros sonoros. Muy útil para relajarse en cualquier momento o situación, o para tomarlo como hábito. También es muy efectivo gritar, pero no gritarle a alguien, sino gritar al aire. Ya sea en el baño, en la calle (advierto que esto puede sorprender al resto de peatones), en el coche,….Y cantar en voz alta es otra opción, muy saludable; puedes cantar de vuelta del trabajo, ya sea en el coche o por la calle (el resto de peatones se sorprenderán menos que con un grito). Así uno libera tensiones. También puedes practicar mindfulness.



Además de relajarnos, también podemos aprender a reírnos de ese yo enfadado. ¿en qué te conviertes cuando gritas? Yo me convertía en un ogro. Pues ríete de ese ogro, juega con tus hijos a que les persigue un ogro…pero hacerles cosquillas, por ejemplo.

Una vez estás en casa, si notas que estás a punto de perder la paciencia, ¿por qué no convertir el momento en una pequeña locura que descargue energía? Pongámonos todos a saltar, o a hacer una guerra de cojines, a bailar, o a cantar muy fuerte!

Pequeños trucos para no agotar la paciencia

En el día a día, hay algunas cosas que a mi me ayudan a no recargarme negativamente cuando las niñas tienen un día intenso, o sencillamente me superan en energía cómo suele ser habitual.

Uno es cambiar el No por frases positivas, algo que ya mencioné cuando empecé a preocuparme de mejorar la comunicación familiar.  Cuando uno no deja de decir “no hagas esto, no subas ahí, no toques, no corras” por un lado, los niños empiezan a hacer menos caso (porque se aburren de tanto no) y por otro, uno también se cansa y termina el día con esa sensación de que el día ha sido horrible porque llevas diciendo que no todo el día. Se pueden cambiar las frases por “por favor ve más despacio, mejor coge la jarra con las dos manos, si te subes al sofá vigila porque uno puede caerse” Cosas así. En mi opinión, es un alivio mental dejar de decir no todo el día, y dejarlo para cuando es importante.

El otro es no hablarles dando órdenes, sino convirtiendo las peticiones en preguntas. Por ejemplo, cuando me cuesta mucho que se vayan a vestir, les digo “¿Quieres elegir tu ropa o mejor voy a elegirla yo y te la traigo? A mi me funciona, vuelan a escoger lo que quieren ponerse. Cuando hay que dejar de jugar para irse a duchar, también me funciona convertir el “a la ducha!” en “¿qué hacemos, jugamos 10 minutos más y nos damos una ducha rápida, o lleno la bañera y hacemos una ducha larga? Una vez han elegido, sea lo que sea, sé que no van a rechistar (o les va a costar menos) para irse a la ducha, porque eligieron ellas. Asumamos también que los niños son niños, y su prioridad es jugar, así que probablemente las cosas habrá que repetirlas montones de veces (excepto si es para decir que vamos al parque) Mejor tenerlo claro antes que ponernos de mal humor después.


También puedes convertirlo los quehaceres en un juego. Los días que llegamos tarde, a veces hago carreras con ellas, o les digo que nos vamos a vestir todos en velocidad turbo, o bien les digo que juguemos a caminar saltando, para acelerar un poco el ritmo. Algunos días incluso hemos recogido a los My Little pony en su caja explicándole a la pequeña terremoto que se había hecho de noche y los juguetes querían volver a casa a descansar un rato. Las prisas son enemigas de la paciencia, hay que darse más margen para hacer las cosas, recordando que los niños tienen un ritmo más pausado (el que deberíamos tener todos) ¿Y si nos equivocamos?

No somos perfectos, tenemos días malos, y no siempre los trucos funcionan. Pero cuando gritamos a los niños éstos se ven afectados. Es muy importante saber disculparnos, explicarle a los pequeños con palabras que puedan comprender por qué les hemos gritado, y reconocer que está mal y que no deberíamos haberlo hecho. Muchas veces esto también se evita explicándoles nuestros sentimientos previamente. Si tenemos un mal día, podemos decirles que estamos cansados y con algo de mal humor, recalcando que no es culpa de ellos, pero para que entiendan por qué no tenemos el mismo humor que todos los días. Sino, pueden pensar que es culpa de ellos, cuando en realidad solo pagan el efecto colateral de un mal día.

Pasa el tiempo y uno lee, se informa, va aprendiendo nuevos trucos, adoptando otras costumbres, ganando paciencia, tomándose las cosas con más calma. Si lees el post del caos quizá pienses que soy demasiado relajada, pero la verdad es que siento que el desorden es una etapa y en 10 años más lo echaré de menos cuando las pequeñas terremoto sean adolescentes y ya no les guste crear e inventar con los muebles de casa.

Pero el hecho es que las cosas en casa cambian, no hay gritos, los enfados se reducen, el mal humor también. Hay más risas, más inventos. Y entonces, cuando dibujan a mama la dibujan sonriendo, y los dibujos que me regalan se llenan de corazones:




y entonces sabes por qué era importante el cambio, y cuánto ha valido la pena el esfuerzo.


La imagen de portada es propiedad de Edukame. 


Fuente: este post proviene de Asi piensa una mamá, donde puedes consultar el contenido original.

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